sábado, 6 de mayo de 2017

+LO DUDO+

Esta mañana me he levantado entre pronto y tarde. Me he tomado un café con leche aún tumbado y después me he duchado, me he afeitado y me he untado de crema. Luego, a patinar toda la Barceloneta de arriba a abajo. Como premio a esta demostración de voluntad deportiva, y en alguien como yo hay que reconocer el mérito, un buen whopper. De ahí, a descansar en una siesta de un par de horas. Luego a hacer la compra, luego la cena, y ahora acabo de ver una película fantástica a través de mis nuevas gafas, que no de sol, si no de ver. Con los años y el trabajo me estoy dejado la vista, pero lo asumo como un daño colateral de hacer lo que me gusta y de la ley de la vida. Para rematar la jornada, un poco de cotilleo en las redes sociales y, ahora, como un sputnik, de vuelta al ordenador obligado por lo que veo y, aún más, por lo que siento.

Estas actividades tan cotidianas y poco trascendentes no las debería estar haciendo: generalmente, y como norma en los últimos siete años, debería estar clausurado preparando el próximo desfile, que debería tener lugar la última semana de junio. Quizás, en una empresa más grande que la mía sea una actividad más dentro de una estrategia de marketing. No es mi/nuestro caso. Para nosotros es una oportunidad de expresar lo que pensamos, sentimos y opinamos, y creo que así ha sido en los últimos 13 desfiles.

Decir lo que pienso a mi me cuesta el esfuerzo de estar casi tres meses sin apenas pisar la calle. Nosotros tres (servidor apoyado de César y Ezequiel) combinamos nuestras labores fuera de nuestra empresa con lo propio en ésta misma, lo que nos lleva a soportar jornadas laborales que no dejan lugar al ocio, y es literal, tres meses sin descanso. Dibujar, diseñar, estampar, patronar, coser, bordar, preparar la música, el calzado, el casting... casi todo. A veces también, y como alimento del ego, desfilar. Lo hacemos todo nosotros, con nuestras propias manos: es nuestro hijo y no contemplamos contratar a ninguna "nanny", y no por cuestiones económicas: a mi hijo lo amamanto yo.

Las últimas dos temporadas he tenido una sensación que no me ha gustado nada: he sentido la obligación de hacerlo. Brain&Beast no nació como una obligación, se gestó como un lugar para el placer creativo y, es por ello, que ambas posturas entraron en conflicto. Antes, al principio, me daba igual que hiciese un sol radiante mientras yo estaba ganándome unas dioptrías delante de un papel en blanco o cosiendo en la máquina. Me compensaba el stress de cumplir cada seis meses encima de una pasarela o algo semejante. También tenía menos años, más ilusión y menos rabia. Ahora, sin embargo, empiezo a pensar si existe la necesidad de generar todo este torbellino dos veces al año. En seis meses no me da tiempo, ya, a hacerlo como quiero, y quizás es que intento ponerme el listón cada vez más alto. Bordar lleva su tiempo, y en la nueva colección hay muchos bordados.

Sin embargo, empecé a dibujar según el calendario previsto, ya hice la selección de materiales, de hecho ya tengo muchos de ellos. También están decididos peluquería, maquillaje y casting. De la música ya hay idea. Y la inscripción para el desfile ya está tramitada. Vamos, que he hecho lo que me obligo a hacer, lo que creía que debe ser... pero hoy he salido a patinar y a tomar el sol, y he dormido una siesta muy tranquilamente.

Paralelamente a todo esto, en unos meses, acabaré de estudiar y, creo, podré decir que soy fotógrafo. Este año, además y por las noches, me he dedicado a mi otra pasión y era algo que deseaba hace años: adquirir los conocimientos que no tenía para ponerme delante de una cámara con seguridad y técnica para poder escribir con orgullo que soy fotógrafo. Estudiar a mi edad esta siendo un oasis muy recomendable y ese lugar para el placer creativo. Seré diseñador de moda y fotógrafo paralelamente y me siento muy satisfecho de ello. Ya he podido hacer nuestro propio lookbook de manera independiente, y ya está colgada nuestra nueva tienda online. Esas fotografías, además, van a estar exhibidas en nuestra nueva Popup Store en Barcelona, en 10 días, nueva presentación, nueva fiesta y más Brain&Beast...

Volver a la clausura habitual, por lo tanto, supone restar horas a la realización de mi TFP, un proyecto personal sobre la metafotografía que cuestiona los límites de la identidad en la auto-re-presentación del propio rostro (como síntesis del yo) según los formatos de archivo fotográfico y su exportación a los medios digitales. Supone para mi un reto y, gracias a unos profesores y tutores divinos que me están apoyando en esta aventura, la oportunidad de aprender más por puro placer. Y es que sólo tengo ganas de placer...

Entonces, pienso. No sería mejor tomarme unos meses más para preparar el desfile de "LABERINTO" y hacer una presentación tal y como la tengo en la cabeza? Cómo voy a conseguir hacer un laberinto de espejos en mes y medio? Merece la pena ponerme el hábito a partir de la semana que viene y desaparecer del mapa hasta finales de junio? Es bueno que te echen de menos por una vez? Cómo me las voy a ingeniar para fotografiar, patronar, coser, bordar, comer y dormir? Podré dormir? Quién va a agradecer que no duerma? Es necesario que no duerma y mi libido se extinga hasta julio? No sería mejor disfrutar de ello y preparar esta traca para enero? Puedo tomarme un tiempo? Puedo cortarme las uñas y limármelas como Dios manda sin pensar en todo lo que queda por hacer? Puede Brain&Beast hacer su trabajo tranquilamente? Tengo derecho a privar a Brain&Beast a su derecho a respirar sin ansiedad? Se merece acaso esta semana de la moda que yo no duerma? No es mejor echar un paso atrás para pillar impulso? Tengo que esperar a que suceda lo que pasó hace un par de desfiles y hacer la colección en tres semanas? Tiene sentido?

Debo decidirme lo antes posible...


martes, 4 de octubre de 2016

+ MARICONEO +

Tal día como hoy, hace cuarenta años, debería haber nacido. Mi madre contaba conmigo para hoy pero yo, allá dentro, decidí retrasarme veinte días más, pero tenía un motivo. Estaba sentado en su útero, tan a gusto, sin intención de darme la vuelta y posicionarme como es de rigor para nacer naturalmente lo cual ha dejado una marca de por vida en el vientre de mi madre: una cesárea veinte días más tarde.

La causa no es otra que ser un mariquita pata negra: jamás conocí mujer alguna. Nunca me he sentido atraído por nadie del sexo contrario y jamás tuve genitalidad con ninguna mujer, fui a rajatabla hasta para nacer pese a los daños colaterales que generé. He conocido la vulva en los libros y las pelis.

Desde la autoridad que me da este hecho fehaciente de ser homosexual biológicamente puro, me creo en el derecho de hablar del colectivo al que, quiera o no, pertenezco. Me siento orgulloso de ello, de hecho, si tuviese la oportunidad de volver a estar allá donde sentado estaba tan cómodo, volvería a tomar la misma determinación dado que soy muy feliz como soy y me siento realizado como ser humano que, al fin y al cabo, es lo que importa.

Sin embargo, con conocimiento de causa, no puedo más que ser crítico con mis congéneres, pura raza o advenedizos. La gran aldea global gay se está convirtiendo en una fauna con la cual no empatizo y hasta rechazo, no por el hecho de una sexualidad homogénea, sino por los tics y faltas propios de un colectivo que, incluso hoy en día, no está equiparado ni en derechos ni en respeto en comparación a la población que se casa, ennovia o practica su sexualidad con el género opuesto.

La cuestión, de todas maneras, no va de con quien o con quien no nos metemos en la cama. Facebook, Instagram y otras redes sociales ponen de manifiesto que gran parte de chicos a los que les gustan los mismos chicos que a mi han caído en un estado de idiotismo y frivolidad permanente que abarrota internet haciendo exhibición de un profundo vacío existencial. Se han sobrepasado los niveles de narcisismo que la lógica permite y gran parte de ellos de han convertido en un sucedáneo de gigoló de pueblo que, como gay pata negra, me hacen sentir pudor. Es un absurdo. Me asusta ver como se reproduce el cliché de chico gay de profesión liberal
1.-disfrazado bien de señora burguesa venida a menos
2.-puto de barrio
3.-tóxica
de manera exponencial. Esa no es la realidad. Esa no es mi realidad. Incluso teniendo las residencias y familia más atípicas del mundo, la vida, en mi caso, es de otra manera.

Que cualquier persona sea incapaz de escribir con la ortografía correcta me enfada, pero como marica y leyéndolo a otro marica, me irrita. Porque sí, porque formamos parte del mismo grupo social, porque de alguna manera debería también identificarme a mi, porque si solo existiésemos dos maricas en la Tierra estaríamos condenados a entendernos. Y se da por hecho que deberíamos acostarnos y follar... y no me apetece hacerlo con la gran aldea global gay en masa. No todos los gays visten bien, son divertidos, buenas personas y tienen una creatividad desmesurada. Con ello no quiero decir que yo sea el paradigma de estas cuatro virtudes, simplemente (y rechazando cualquier tipo de fobia) expongo mi tristeza al comprobar que muchos de aquellos que deberían ser mis "compañeros" no son más que carcasas vacías de contenido en exhibición banal constante.

Es una cuestión de identidad: no quiero malos diseñadores (porque soy diseñador), ni españoles analfabetos (porque soy español)... de la misma manera no quiero maricas baratas (porque soy maricón) y aquello que representa a mi grupo, en mayor o menor medida, me define.


jueves, 22 de septiembre de 2016

+ SENILISMOS +

Adoro a los ancianos. Me fascinan. Hace tiempo, una tarde, caminaba hacia donde había dejado aparcado mi coche. Eran aproximadamente las 7 de la tarde y estaba anocheciendo. Subía la cuesta que lleva al descampado donde habitualmente lo dejo y, de repente, oí un pasodoble. Ante la extrañeza me paré y, al girar la cabeza, me di cuenta que estaba al lado de un centro de ancianos. Tenía unos grandes ventanales y tras ellos se veía como varias parejas estaban bailando mientras otros muchos, sentados, los miraban y aplaudían animando a los bailarines. Por un momento me invadió una mezcla de vergüenza y lástima hacia ellos, acompañada de un crítica a lo que percibí, de primeras, como una situación llena de patetismo. Pensé que esas personas no tenían edad para hacer el ridículo de esa manera y que mejor estarían en sus casas viendo la televisión antes que poniéndose en evidencia con toda su torpeza, realizando una actividad que no era propia de su edad.

Sin embargo, esa actitud injusta de mi parte hacia ellos duró unas décimas de segundo. Comprendí que simplemente estaban disfrutando libremente de su tiempo, con la música que les gustaba, reunidos, y que tenían todo el derecho del mundo a hacer (o no) el payaso. Quién era yo para juzgar sus tardes y sus bailes... simplemente uno más que pasaba por allí accidentalmente. Me dio rabia no estar invitado a esa fiesta.

Adoro cuando se visten con las cosas que les gustan sin pensar si lo de arriba combina con lo de abajo, su falta de vergüenza para utilizar accesorios útiles (como gorras o bolsos promocionales) así como su franqueza a la hora de decir lo que piensan. Eso es lo que más me gusta: la verdad a bocajarro, sin filtro, sin miedo a nada, sin nada que perder. Es como lo de vestirse a impulsos: ponerte lo que te apetece independientemente si gusta o no, gustándose a uno mismo. Ello no justifica entonces, en mi opinión, que cada uno lleve las pintas que le apetezca: la indumentaria de los viejos responde a un acto de sinceridad con uno mismo, sin ocultar las predilecciones políticamente incorrectas. Es un auténtico morbo-asco: lo que me gusta a mi y los demás podrían odiar, lo que jamás me atrevería a confesar que me gusta, flores con rombos con rayas, porque a mi, de verdad, me gusta.

Pues envidio, y tomo ejemplo, de esa sinceridad cortante del que está de vuelta. Los abuelos son la prueba fehaciente que callarse no lleva a ninguna parte. Estoy cansado de callar u omitir lo que no se debe decir, y eso que cada día tengo la lengua más suelta. Señalar lo que nos parece mal no debería ser un acto reprimido por miedo a la represalia... Cuando era más joven, por cobarde, me mordía la lengua más; ahora, el tiempo me ha demostrado que no quejarse no lleva a ninguna parte y que morderse la lengua sólo provoca tragarse el propio veneno cuando éste está mucho mejor fuera, salpicando la cara de quienes lo alimentan.

Pues bien, al estilo senil y a ritmo de pasodoble, confieso que me tiene hasta el choto el postureo, los que se refieren a famosos por sus nombres de pila, los que llevan prendas de Aliexpress más falsas que un duro de madera como si fueran auténticas (y para colmo usan el hashtag de la marca original), las modernas, los ninis, las artistas, los hyppies, las redes sociales, la pasarela Cibeles, Telecinco y toda su panda de personajes suburbiales, la zona alta, las musculocas, las osas, los papás de niños gritones, los postadolescentes que emigran a Londres o Berlín como si eso fuese novedad, Mercadona y, todo aquello que está haciendo de nuestra sociedad, como decía la Trasobares, una porquería. Zara copia, David Bowie me aburría a tope, Almodóvar podía volverse a su pueblo a encontrarse, Ada Colau me parece feísima, Podemos es una gran quimera, no creo en un Cataluña independiente, Iñaki Gabilondo es muy redicho, en el aeropuerto pasan mujeres emburkadas sin enseñar la cara en el control de pasaportes, Madonna canta como un gato, el reguetón es una mierda y en Ibiza mucha gente se pone hasta arriba de coca y keta.

Y me gusta Japón, los viejos, y las torrijas. Y ponerme rayas con cuadros. 

Creo que me estoy haciendo viejo... que no hater.

jueves, 15 de septiembre de 2016

+ A LA JAPONESA +

Parte de las vacaciones de este verano las he pasado en Tokio. Cuando estábamos pensando a dónde ir, Tokio no era una de mis opciones preferidas, de hecho antes hubiese ido a Miami o Los Ángeles, pero ahora, después de todo, me alegro muchísimo de haber pasado el final del mes de agosto allí, a pesar del calor y la humedad extrema. Me apetecía playa y no hacer nada, y sin embargo han sido unas vacaciones urbanitas, combinando museos y compras impulsivas. No me arrepiento.

Una tarde estábamos tomado un café en un lugar maravilloso en el barrio de Shibuya. Dicho lugar se llama Ivy Place. Allí se puede comer o cenar, pero también tomar un café, té o algo dulce. Es un sitio fino, como casi todo allí. Pasamos un buen rato bajo el aire acondicionado, escondiéndonos del sol, mientras merendábamos tranquilamente y planeábamos a dónde íbamos a ir más tarde. Yo tenía un dolor de espalda impresionante ya que llevaba todo el día cargando una mochila llena de cosas, entre ellas dos botellas de agua que poco a poco me había ido bebiendo (de no haberlo hecho, probablemente, me hubiese desmayado en plena calle, deshidratado).

Entre el agua mineral y todo lo que bebí en este sitio del que hablo, sentí unas inmensas ganas de orinar. Increíble a juzgar por mi sofoco. Tanta agua bebí que mi organismo había conseguido hidratarse y me pedía evacuar el sobrante de líquido. Mi vejiga, de repente, avisó de estar al límite.
Entonces, me levanté de la silla, muy educadamente pregunté en inglés dónde estaba el aseo y, derecho, para allá fuí como alma que lleva el demonio pero procurando no hacer manifiesta mi urgencia.

Llegué, abrí la puerta, me encerré, levanté la ligera tapa de plástico que tienen los inodoros japoneses, me desabroché el pantalón e, in extremis, comencé a orinar mientras con los ojos cerrados echaba mi cabeza para atrás exhalando orgásmicamente mientras evacuaba todo aquel líquido que mi cuerpo no necesitaba. Alcancé el clímax en aquel cuarto de aseo color caoba.

Sin embargo no me percaté de aquello que nos sucede a los no circuncidados. En tal urgencia, aquella piel que yo tengo y otros no había causado un efecto aspersor que regó más allá del sumidero. Entre prisas y urgencia, el líquido pidió salir a propulsión antes que cualquier ser humano fuese capaz de retirar el excedente dérmico que provocó aquello que nos encontramos en cualquier baño de nuestro país. Lo que hubiese sido normal aquí para muchos (subirse la bragueta y marcharse), allí se hubiese convertido en cadena perpetua. Me di cuenta que no había meado sobre meado. Comprendí que tal estado de perfección y limpieza no merecía ser mancillado por las nauseabundas gotas de orina de un occidental, y que yo no era nadie para destrozar aquel estado de bienestar higiénico. Cualquier persona hubiese reaccionado igual que yo: con ayuda de unas toallitas desechables devolví al inodoro su estado original en muestra de respeto a aquella comunidad que me había ofrecido un retrete más limpio que el de mi propia casa. Me atusé, me lavé las manos y volví a mi asiento.

Japón me demostrado que aún hay un lugar donde el respeto existe. Sin hablar una palabra de japonés entendí lo que ya sabía y practico a pesar de, en ocasiones, mancharme las manos con residuos ajenos. No es normal entrar en avalancha en un vagón de tren (allí se hace una fila), como tampoco es normal pasar el arco detector de metales del aeropuerto descalzo (en Japón le proporcionan unas zapatillas de felpa al viajero). No son normales las caras de muchos trabajadores que están cara al público aquí, haciendo evidente su desgana así como tampoco debería parecernos lógico fumar y tirar la colilla en plena calle. Todo es cuestión de educación y, por ello, cultura. Si nadie se mea fuera, cualquiera puede sentarse tranquilamente en la taza, así de claro, y si no has descapullado y lo has puesto perdido, ponte de rodillas y limpia tu meo, que el que viene detrás no tiene porque mancharse el culo con tus gotas.

martes, 16 de agosto de 2016

+ UNA HISTORIA DE UNA HISTORIA +

De nuevo, lo que dije que jamás volvería a hacer, lo hice.

Juré no ver "Julieta", y esta noche la he alquilado en Itunes por 3,99 €. Quizás albergaba en lo más profundo de mi ser la esperanza de reconquistar mi amor por Almodóvar, ese ser que en la adolescencia me fomentó la fantasía e hizo que mi ilusionara por tantas cosas. Sin embargo, el cisma entre uno de mis antiguos ídolos y quien escribe es cada vez más irreversible.

Si tuviese que elegir entre la Julieta de Almodóvar ( Emma Suárez ) y esa gran diva que es Juliette Binoche, interpretando a Julie en "Azul" de Kieslovski, no lo dudaría en un solo momento. Como es habitual, este gran artista del col.lage se apropia de caracteres ajenos para aplicarlos a un universo personal y, en un arrebato narcisista, llegar a creerse el demiurgo creador de dichas realidades, como quien cree convertir las cosas en verdad a base de decirlas mucho. Binoche sí es una madre viuda destrozada, es una mujer verosímil que se autolesiona los nudillos en una pared rugosa como quien se retira el pelo de a cara. Ella sí conmueve, convence y emociona. Sí creo que Julie alquilara un piso para ermitar en medio de la nada. Ella sí estaba vacía.

Por el contrario, Julieta parece una caricatura redicha, con diálogos que cuesta pronunciar y citas populistas que no vienen al caso. Y como en tantas de Almodóvar, al final, chan-chin-pum y fin, todo resuelto. Y a por la siguiente película.

Y a vivir de la renta. Tantos años habiendo sido un proscrito, enemistado con toda la academia del cine español, con reconocimientos en todas partes menos aquí, y ahora, en lo peor de su carrera, es cuando el territorio patrio lo adopta como insignia del arte y la cultura española. Ésto es muy nosotros, esperar a que nos digan que tenemos algo bueno allá lejos y patentarlo para luego dejar que el producto se acomode y empieze a generar sucedáneos. Es como fichar a Beckham y que no marque un gol en 5 años... pero a la española con españoles, sin extranjerismos, de nosotros para nosotros mismos. Españoleando...

Contemos cuantas buenas películas ha hecho Amenábar desde "Tesis". Es que no sabemos jugar con presupuesto... En cuanto nos creemos algo dejamos de hacer funcionar la cabeza y empezamos a suplir las carencia con inversiones. Pienso que gran parte del éxito de una propuesta creativa, artística o no, suele pasar por una escasez de medios que obligue al cerebro a buscar el recurso que sea más eficaz a la hora de conseguir un propósito o transmitir un mensaje. El dinero no es bueno, hace que te alejes de la realidad y te subas en ese púlpito ficticio en el que está Almodóvar contado historias inverosímiles y pesadas, con señoras que sufren mucho, con tramas que parecen enrevesadas y sin embargo son facilonas, como ya sucedió en "Los abrazos rotos", a las que le sobraban 60 minutos de los 90 del film.

Estoy triste y enfadado, porque me siento decepcionado. Yo he sido feliz con él en mi mente en miles de ocasiones... Ahora, sin embargo, entiendo y me doy cuenta que me enseñaba una realidad calcada de otras realidades, como el póster de L. Freud que sale en la película... en ella, parece que es el original de uno de los autorretartos del artista, y sin embargo no es más que el cartel de una exposición. Así es Almodóvar, sólo un reflejo.





viernes, 12 de agosto de 2016

+ NATACIÓN SINCRONIZADA +

Hace ya días que Antonio Banderas declaró en una entrevista una opinión con la que estoy de acuerdo. Explicaba la diferencia de mentalidad entre un estadounidense y un español. Decía que en Estados Unidos existe un espíritu emprendedor, que cuando a un adolescente se le pregunta sobre lo que le gustaría hacer con su futuro pensaba en un proyecto, una idea o en el desarrollo de una empresa o como queramos llamarlo, pero algo relacionado con la consecución de un objetivo personal y profesional vinculado al dinero y a la autorrealización personal. Sin embargo, argumentaba, el español piensa en un empleo fijo, en aprobar unas oposiciones y en asegurar el futuro con el mínimo riesgo posible. Esa es una de las diferencias fundamentales entre la sociedad norteamericana y la española; entonces, no es de extrañar la situación de nuestra sociedad, tanto la de los que se quedan aquí como la de los que deciden emigrar a otros lugares donde puedan desarrollar su talento o profesión.

De no haber riesgo o iniciativas no existiría ni un solo puesto de trabajo por cuenta ajena. No habría administración del estado o empleos públicos para la gran demanda de empleo, todos seríamos funcionarios de alguna manera y dependeríamos de la empresa pública. Creo que es sensato pensar que determinadas empresas deben pertenecer al bien común, desde las energéticas hasta la sanidad y, es más, todas aquellas que procuren un bien social común y necesario. Sin embargo, hay otras, desde todo el sector servicios hasta el lujo que lo normal es que pertenezcan a la iniciativa privada.

Ser empresario en España no es fácil, es más, es dificilísimo. Lo digo con el conocimiento de causa que me otorga serlo desde hace casi 20 años. Con 23 me lié la manta a la cabeza y, con ayudas varias (familiares, casi exclusivamente) emprendí mi ilusión. Trabas he encontrado millones, problemas he pasado miles y, de todos ellos, podía imaginarme algunos, pero no todos. A la vez, a parte de trabajar para mi propia empresa, también trabajo por cuenta ajena, por lo que mi visión en muchas ocasiones es panorámica. Suelo pensar, cuando trabajo para otros, que es lo que no debo hacer puesto que es lo que no me gustaría que hicieran mis trabajadores y observo como es de diferente el prisma desde un extremo y desde el otro. En esos casos procuro recurrir al sentido común.

Sin embargo, hay quien no ha tenido ninguna otra responsabilidad que el cumplir con su obligación en su cometido por cuenta ajena. Así, la visión es parcial y solemos responsabilizar de muchas de nuestras propias faltas a esa entelequia que es "la empresa". Por ejemplo, y no generalizo, todos conocemos a alguien que antepone sus intereses o necesidades personales en horario laboral (por ejemplo, ir al médico, hacer unas compras por internet... etc). Pensando que lo importante es la productividad y no el calentamiento de silla por horas, no somos conscientes que la buena marcha de un proyecto es la suma de esfuerzos de los engranajes que constituyen esa realidad intangible de la empresa. El conflicto se da cuando la buena marcha no repercute en cada pequeña porción... ese es el fallo.

En una gran multinacional entiendo que la personalidad se diluye en el número de carnet o contrato que nos casa con ese gran mastodonte. En una pequeña o mediana empresa no es así, o por lo menos en mi caso, no lo es. Pienso que es de ley que el máximo responsable sea el que todo lo cubre, con su patrimonio o con su esfuerzo. Cuando se acababa la jornada laboral de mis empleadas y no habían rendido lo suficiente, el que se quedaba montando mangas era yo. También he sido el que me he peleado con el banco para conseguir financiación así como he ido en las últimas de gasolina para poder pagar a mis empleadas. Eso hay que vivirlo, no basta con contarlo, porque no por mucho decirlo se llega a comprender bien. Se trata de una sensación de angustia vital que consume cuando las cosas no salen como tu quieres, cuando las personas en las que has depositado tu confianza y a las que pretendes contagiar tu entusiasmo van a ganar un jornal y punto. Es una situación muy desesperante. Es una presión incesante que te posiciona en un punto en el que se te piden responsabilidades por arriba y por abajo. Y ahí estas tu, haciendo que puedes.

Ello se dá hasta con unos simples becarios. Estamos generando un sistema en el que los derechos son cada vez más amplios, y así debe ser, pero por el contrario cada vez somos más laxos con la exigencia de responsabilidades. Un o una dependienta debe y es su obligación atender con una sonrisa, no basta con despachar, su deber es vender bien, no sólo doblar y cobrar, también ser agradable con el cliente y convertir su experiencia de compra en algo bueno. No creo en la excusa de un salario bajo para enmascarar una desgana. Se trata de hacer con dignidad y responsabilidad una tarea para la que has sido contratado/a o para la que te has comprometido, no está bien bajo mi punto de vista, realizar una becaría con desdén porque no sea una tarea remunerada económicamente.

Por otra parte, siempre tenemos la tendencia a encontrar a un malo al que cargarle los muertos. Ese, y yo lo he sido, es el que asumió el riesgo. Si la cosa no funciona, la responsabilidad es tuya. Nadie va a pedir cuentas a los que están en cargos inferiores, microirresponsabilidades quizás, pero que sumadas todas en su conjunto pueden suponer una ruina. Yo me he levantado de una ruina, y he aprendido muchas cosas que me han servido para construir un bicho más grande y próspero. También he aprendido a ser casi absolutamente autosuficiente. Lo que en Estados Unidos es un plus en España te convierte en un mindundi: allí, eres un creador, un artesano; aquí, un pringado que no (tiene) medios para trabajar lo menos posible y sin embargo poner la cara y admitir el mérito en singular.

Todo ésto no lo ven muchos que trabajan todo el año para pasarse quince días al año en Ibiza, por ejemplo, de colocón. Tampoco los que cosen etiquetas sin ganas que después se caen. Esos solo ven que tu, ya madurito, tienes lo que ellos querrían tener. Me recuerda a la clásica queja sobre las tarifas de los notarios... o de los abogados: una firma, una fortuna. Y sí, la oposición a notarias no es fácil, y conocer el código tampoco: no podemos pagar por horas, debemos cobrar por talento o conocimientos. Yo diseño una colección de camisetas en una tarde, en 4 horas, y no cobro lo mismo que un trabajador del servicio doméstico. Es una cuestión de oficio, talento y formación.

En resumen, que toda esta disertación viene al caso porque me fascina la cantidad de alumnos míos o satélites varios que marcan vinculaciones de lo más surrealistas con mi proyecto personal. Algunos de ellos han sido invitados a participar de algún desfile entre bambalinas para echar una mano, como un regalo al que sólo tienen acceso algunos de ellos, y no porque yo me haga el divino, no!... es que no son necesarios, es un regalo afectuoso que nosotros hacemos a los verdaderamente interesados... ya somos muchos en backstage, la organización ya nos facilita todo el personal profesional que se necesita para un evento así. Pues muchos de éstos acreditan su paso profesional por mi casa. Otros tantos, esos que no dan ni las buenas tardes por la calle, tienen mi nombre hasta en su perfil de Facebook. Y los poquísimos a los que se les ha invitado a abandonar la casa, como es evidente, hablan pestes de la maldad de un servidor.

Siempre he preferido ser el malo que el tonto. Sin duda. Malo a rabiar, más malo que la tiña, que un chute de ántrax. Equivocarme lo hago con mucha frecuencia, ni más ni menos que los demás, y en muchas ocasiones he sido responsable de situaciones que se escapaban a mi control o de varias miserias. Eso sí, también soy el responsable de mis éxitos, la diferencia es la voluntariedad de dichos conceptos. Aún así, sigo creyendo en que el método debe ser la comprensión y la unión de esfuerzos, la motivación del equipo y la idea y deseo común de éxito. Tampoco creo en el éxito repentino. Por ello, a los que os habéis ido en horas bajas, siento que ahora no os estéis beneficiando de las altas, pero, quizás, y como decía Antonio Banderas de alguna manera, sólo estuvisteis dispuestos a mojaros las nalgas, mientras que otros hemos llegado a tener el agua al cuello y ahora nadamos y nos hacemos unos largos... No es una maldad haber querido sincronizar un equipo integrado por atletas de fondo y personas con motricidad reducida.

miércoles, 10 de agosto de 2016

+ UNA CUESTIÓN TEMPORAL +

Me encanta el sonido de los relojes. Al contrario que a mucha gente, el tic tac constante y predecible me produce una relajación somnífera muy agradable. Como en "Gritos y Susurros", de Bergman, me gusta que en mi casa haya ese diapasón que marca el tiempo, una de mis principales obsesiones, más bien su paso y sus marcas. Suelo mirar la hora a menudo y, en muchas ocasiones coincide ese gesto con un capicúa y ya, en otras, rizando el rizo, con la misma cifra repetida en todos los puestos. No sé si se trata de una coincidencia o una premonición, y, tras haber estado investigando el principio de sincronicidad de Jung por otras cuestiones, no creo en la acausalidad.

Soy profesor desde hace más de 15 años. La docencia es una actividad muy gratificante en muchos casos; se generan vínculos con los estudiantes, incluso afectivos. Soy de los que les importa lo que les pueda pasar. De hecho, me han recomendado en muchas ocasiones no vincularme de manera afectiva con el alumnado porque, a pesar de considerar que mi instinto paterno es nulo, resulta que tengo 6 perros a los que quiero como hijos biológicos y, en cierto modo, cada curso me hago falso padre de alrededor de 60 personas. He impartido clase para gente de todas las edades, desde los 16 hasta 60. Ese es un dato sin importancia, en cualquier caso.

Sin embargo, como en las familias, no podemos pretender que la relación paterno filial sea siempre recíproca. El amor de un padre a un hijo es, sin quererlo, unívoco, o por lo menos más profundo que de manera inversa. Un padre, un buen padre, no debe anteponer sus propios intereses a las necesidades del cachorro, olvidar el egoísmo o la necesidad de autorrealización en favor del bien del vástago. El hijo será siempre más egoísta e interesado, incluso siendo el más bueno de los hijos. Al interpretar este papel, creo, en muchas ocasiones y de manera inconsciente siempre jugamos, sin saberlo, la baza de quien no pidió estar aquí y, por lo tanto, tiene derechos y pocos deberes.

Tras muchos conciertos de reloj, ahora, me siento más padre que nunca, y como patriarca de familia numerosa he vivido relaciones con hijos de toda clase: desde ésos que directamente te ignoran y te repudian por el mero hecho de ser quien decide por ellos en determinadas ocasiones, así como aquellos a los que le debería haber dado la bofetada prohibida y también he tenido hijos-alumnos extraordinarios, educados, responsables y eficaces, de los que te hacen sentir orgulloso, y sé que así es porque, asquerosamente, hace que sintamos la magnífica sensación autocomplaciente de saber que, de alguna manera, su éxito es en alguna medida propio.

Pese a todo, y habiéndolos querido a todos aunque sea una micronésima, y habiendo olvidado ya el nombre de muchos y muchas, hay una subespecie filial a la que me es difícil perdonar, y esa es el hijo pródigo. Éste es el que vuelve con el rabo entre las patas o, en nuestros días, el que no vuelve, o ni si quiera saluda al cruzártelo por la calle. Es el que ignora a posteriori al maestro. Éstos no conocen la importancia del tiempo, vivido y por vivir, y, en un alarde narcisista, olvidan el esfuerzo y dedicación desinteresada del profesor, incluso una estrecha relación diaria. Un buen profesor no de clase por dinero: la preocupación fuera de las horas lectivas no está pagada, es imposible y no existe divisa para pagarla. No hay compensación para esperar despierto con la luz del salón encendida hasta que llegue mientras se escucha el reloj: hay vocación. Éstos son los que se la pegan bien gorda y tú, lo sabías. No es un presentimiento, no es acausal: se sabe, es, sucede. A éstos no se les puede perdonar, se les debe echar de casa, más allá de la tristeza que provoca un fractura. Son los que un día, seguro, se acordarán de los consejos y advertencia que les dió el que les pretendía hacer la caída más suave... pero es que no saben que están cayendo. Sólo se darán cuenta con el impacto final.

Creo que como profesor soy mejor que como padre. Perdono a mi perra Kate al comerse unos zapatos de Prada, pero no puedo tolerar la soberbia absurda de quien no agradece lo que se ha dado de corazón. No pretendo ser querido, como yo admiro y quiero a todos los que me han enseñado, educado y dado un tortazo virtual a tiempo. Simplemente aspiro a la no decepción por parte de aquellos que han sido más hijos que otros. Ello pasa por un ejercicio de la enseñanza más mercenario y, por lo tanto no tan autentico, pero visto lo visto, aún me quedan horas largas de tic tac, porque si he tropezado tres veces con la misma piedra, lo haré tres y cuatro... porque no trabajo de profe, "soy" profe.