Tengo la costumbre de guardar las agendas. Este año intenté adaptarme al modelo digital pero me di cuenta que se me pasaban las cosas porque no tengo el hábito de mirar la agenda en el móvil. Soy más de bolis de colores y rotuladores flúorescentes, marcando lo que ya está hecho o resaltando las cosas importantes. También, cuando paso de un año al otro me repaso todas las hojas y me marco los cumpleaños y fechas a recordar. Entonces es cuando hago limpieza. Si por alguna circunstancia ha sucedido algo que me incite a hacer borrón y, por lo tanto, obviar al sujeto en cuestión (su cumpleaños, por ejemplo), no lo re-anoto y paso a enterrarlo en el olvido.
Sin embargo, la memoria es muy cabrona. De la misma manera que recuerdo exactamente el punto kilométrico en el que sufrí mi primer ataque de ansiedad, hora y ropa que llevaba puesta (que nunca más me puse), sigo recordando, muy a mi pesar, fechas y teléfonos relacionados con personas y situaciones diversas. La memoria es ese mecanismo traicionero e imprescindible que resucita a los muertos de mis agendas.
Ahora, en plena mudanza emocional, también me he dado cuenta que sigo guardando ropa, objetos, papeles, fotos... un quintal de memorias que no caben en dos casas. Me veo obligado a hacer limpieza drástica por primera vez en la vida. Debe ser el filo de los 40 que ya asoma y, entonces, como ya me han dicho varios que los pasaron hace tiempo, debo comenzar la mejor etapa de la vida del ser humano limpio de polvo y paja.
Me acuerdo de todos los que me dijeron "luego te llamo" y nunca llamaron, también de los que sólo llamaron cuando necesitaban algo; pese a yacer en la tumba de mis agendas antiguas, recuerdo los datos necesarios para buscarlos en cualquier red social y fisgar en sus actuales realidades... en muchas ocasiones me echo unas risas viendo como las carcasas son más falsas que un duro de madera y que, a pesar del maqueo generalizado que todos le damos a nuestra vida on-line, las esencias permanecen. Todos seguimos haciendo honor a nuestro mote.
Aún así, los muertos a los que yo he matado no son a los que rezo más novenas. Si me los cargué fué por algo. Hay otros fallecidos que perecieron sin saber por qué, esos que se fueron diluyendo en el tiempo hasta la nada y que, sin embargo, parecía que fuesen familia en un tiempo. Estos son los que más escuecen. Quizás las cosas son así y punto; pero no, es imposible. Entonces es que, de alguna manera, has dejado de interesar, o por lo menos lo suficiente como para volver a la llamada de teléfono frecuente o a verse de vez en cuando para hacer puesta en común. Parece entonces que un "like" en facebook es un toque que debe interpretarse como "sigo aquí", como si hacer click en una tecla fuera un esfuerzo colosal... nuestra amistad ha quedado reducida al gesto de un dedo, a una relación muda o, incluso ni a eso, a un espionaje muto y confesado en algún encuentro casual.
Da entonces por pensar en como encarar el conocer a alguien nuevo y cuándo incluir su cumpleaños en la agenda... y cuándo pasarlo al flúorescente. De alguna manera y no sé por qué, creo en la resurrección de las almas, lo cual entra en conflicto directo con mi razón cada vez más empírica; por lo tanto, rotu-resurrector en mano, espero devolver a la vida a algún que otro Frankenstein que me hiciese reír en su día así como anotar el teléfono de toda esa gente estupenda que me va a hacer la cuarentena más llevadera, aunque desaparezcan antes de cumplir 50.
domingo, 2 de agosto de 2015
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