viernes, 12 de agosto de 2016

+ NATACIÓN SINCRONIZADA +

Hace ya días que Antonio Banderas declaró en una entrevista una opinión con la que estoy de acuerdo. Explicaba la diferencia de mentalidad entre un estadounidense y un español. Decía que en Estados Unidos existe un espíritu emprendedor, que cuando a un adolescente se le pregunta sobre lo que le gustaría hacer con su futuro pensaba en un proyecto, una idea o en el desarrollo de una empresa o como queramos llamarlo, pero algo relacionado con la consecución de un objetivo personal y profesional vinculado al dinero y a la autorrealización personal. Sin embargo, argumentaba, el español piensa en un empleo fijo, en aprobar unas oposiciones y en asegurar el futuro con el mínimo riesgo posible. Esa es una de las diferencias fundamentales entre la sociedad norteamericana y la española; entonces, no es de extrañar la situación de nuestra sociedad, tanto la de los que se quedan aquí como la de los que deciden emigrar a otros lugares donde puedan desarrollar su talento o profesión.

De no haber riesgo o iniciativas no existiría ni un solo puesto de trabajo por cuenta ajena. No habría administración del estado o empleos públicos para la gran demanda de empleo, todos seríamos funcionarios de alguna manera y dependeríamos de la empresa pública. Creo que es sensato pensar que determinadas empresas deben pertenecer al bien común, desde las energéticas hasta la sanidad y, es más, todas aquellas que procuren un bien social común y necesario. Sin embargo, hay otras, desde todo el sector servicios hasta el lujo que lo normal es que pertenezcan a la iniciativa privada.

Ser empresario en España no es fácil, es más, es dificilísimo. Lo digo con el conocimiento de causa que me otorga serlo desde hace casi 20 años. Con 23 me lié la manta a la cabeza y, con ayudas varias (familiares, casi exclusivamente) emprendí mi ilusión. Trabas he encontrado millones, problemas he pasado miles y, de todos ellos, podía imaginarme algunos, pero no todos. A la vez, a parte de trabajar para mi propia empresa, también trabajo por cuenta ajena, por lo que mi visión en muchas ocasiones es panorámica. Suelo pensar, cuando trabajo para otros, que es lo que no debo hacer puesto que es lo que no me gustaría que hicieran mis trabajadores y observo como es de diferente el prisma desde un extremo y desde el otro. En esos casos procuro recurrir al sentido común.

Sin embargo, hay quien no ha tenido ninguna otra responsabilidad que el cumplir con su obligación en su cometido por cuenta ajena. Así, la visión es parcial y solemos responsabilizar de muchas de nuestras propias faltas a esa entelequia que es "la empresa". Por ejemplo, y no generalizo, todos conocemos a alguien que antepone sus intereses o necesidades personales en horario laboral (por ejemplo, ir al médico, hacer unas compras por internet... etc). Pensando que lo importante es la productividad y no el calentamiento de silla por horas, no somos conscientes que la buena marcha de un proyecto es la suma de esfuerzos de los engranajes que constituyen esa realidad intangible de la empresa. El conflicto se da cuando la buena marcha no repercute en cada pequeña porción... ese es el fallo.

En una gran multinacional entiendo que la personalidad se diluye en el número de carnet o contrato que nos casa con ese gran mastodonte. En una pequeña o mediana empresa no es así, o por lo menos en mi caso, no lo es. Pienso que es de ley que el máximo responsable sea el que todo lo cubre, con su patrimonio o con su esfuerzo. Cuando se acababa la jornada laboral de mis empleadas y no habían rendido lo suficiente, el que se quedaba montando mangas era yo. También he sido el que me he peleado con el banco para conseguir financiación así como he ido en las últimas de gasolina para poder pagar a mis empleadas. Eso hay que vivirlo, no basta con contarlo, porque no por mucho decirlo se llega a comprender bien. Se trata de una sensación de angustia vital que consume cuando las cosas no salen como tu quieres, cuando las personas en las que has depositado tu confianza y a las que pretendes contagiar tu entusiasmo van a ganar un jornal y punto. Es una situación muy desesperante. Es una presión incesante que te posiciona en un punto en el que se te piden responsabilidades por arriba y por abajo. Y ahí estas tu, haciendo que puedes.

Ello se dá hasta con unos simples becarios. Estamos generando un sistema en el que los derechos son cada vez más amplios, y así debe ser, pero por el contrario cada vez somos más laxos con la exigencia de responsabilidades. Un o una dependienta debe y es su obligación atender con una sonrisa, no basta con despachar, su deber es vender bien, no sólo doblar y cobrar, también ser agradable con el cliente y convertir su experiencia de compra en algo bueno. No creo en la excusa de un salario bajo para enmascarar una desgana. Se trata de hacer con dignidad y responsabilidad una tarea para la que has sido contratado/a o para la que te has comprometido, no está bien bajo mi punto de vista, realizar una becaría con desdén porque no sea una tarea remunerada económicamente.

Por otra parte, siempre tenemos la tendencia a encontrar a un malo al que cargarle los muertos. Ese, y yo lo he sido, es el que asumió el riesgo. Si la cosa no funciona, la responsabilidad es tuya. Nadie va a pedir cuentas a los que están en cargos inferiores, microirresponsabilidades quizás, pero que sumadas todas en su conjunto pueden suponer una ruina. Yo me he levantado de una ruina, y he aprendido muchas cosas que me han servido para construir un bicho más grande y próspero. También he aprendido a ser casi absolutamente autosuficiente. Lo que en Estados Unidos es un plus en España te convierte en un mindundi: allí, eres un creador, un artesano; aquí, un pringado que no (tiene) medios para trabajar lo menos posible y sin embargo poner la cara y admitir el mérito en singular.

Todo ésto no lo ven muchos que trabajan todo el año para pasarse quince días al año en Ibiza, por ejemplo, de colocón. Tampoco los que cosen etiquetas sin ganas que después se caen. Esos solo ven que tu, ya madurito, tienes lo que ellos querrían tener. Me recuerda a la clásica queja sobre las tarifas de los notarios... o de los abogados: una firma, una fortuna. Y sí, la oposición a notarias no es fácil, y conocer el código tampoco: no podemos pagar por horas, debemos cobrar por talento o conocimientos. Yo diseño una colección de camisetas en una tarde, en 4 horas, y no cobro lo mismo que un trabajador del servicio doméstico. Es una cuestión de oficio, talento y formación.

En resumen, que toda esta disertación viene al caso porque me fascina la cantidad de alumnos míos o satélites varios que marcan vinculaciones de lo más surrealistas con mi proyecto personal. Algunos de ellos han sido invitados a participar de algún desfile entre bambalinas para echar una mano, como un regalo al que sólo tienen acceso algunos de ellos, y no porque yo me haga el divino, no!... es que no son necesarios, es un regalo afectuoso que nosotros hacemos a los verdaderamente interesados... ya somos muchos en backstage, la organización ya nos facilita todo el personal profesional que se necesita para un evento así. Pues muchos de éstos acreditan su paso profesional por mi casa. Otros tantos, esos que no dan ni las buenas tardes por la calle, tienen mi nombre hasta en su perfil de Facebook. Y los poquísimos a los que se les ha invitado a abandonar la casa, como es evidente, hablan pestes de la maldad de un servidor.

Siempre he preferido ser el malo que el tonto. Sin duda. Malo a rabiar, más malo que la tiña, que un chute de ántrax. Equivocarme lo hago con mucha frecuencia, ni más ni menos que los demás, y en muchas ocasiones he sido responsable de situaciones que se escapaban a mi control o de varias miserias. Eso sí, también soy el responsable de mis éxitos, la diferencia es la voluntariedad de dichos conceptos. Aún así, sigo creyendo en que el método debe ser la comprensión y la unión de esfuerzos, la motivación del equipo y la idea y deseo común de éxito. Tampoco creo en el éxito repentino. Por ello, a los que os habéis ido en horas bajas, siento que ahora no os estéis beneficiando de las altas, pero, quizás, y como decía Antonio Banderas de alguna manera, sólo estuvisteis dispuestos a mojaros las nalgas, mientras que otros hemos llegado a tener el agua al cuello y ahora nadamos y nos hacemos unos largos... No es una maldad haber querido sincronizar un equipo integrado por atletas de fondo y personas con motricidad reducida.

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