sábado, 6 de agosto de 2016

+ UNA HISTORIA MARROQUÍ +

Viajar a Marrakech es una experiencia única, más bien un shock o bofetada cultural que te devuelve a tu sitio por si se te había ocurrido desubicarte un poco. A parte de cruzar las calles por allá por donde se te ocurra y en el momento que te venga en gana, jugando a los marcianitos con los vehículos de motor y tracción animal que pueden aparecer de la nada y obviando la obligatoriedad del casco para conducir moto (y si te lo pones, da igual como; aquí es tendencia llevar la visera en el cogote), por lo demás, todo es fascinante.

Fascina que te ofrezcan hash con la misma frecuencia que viagra, no sin antes haberte intentado vender con cucharón cualquier souvenir o réplica falsa de cualquier perfume francés, así como resulta alucinante que el propietario de cualquier comercio te llame a gritos desde el interior de un establecimiento sentado en una silla de plástico con los pies descalzos en alto... Es muy impactante darse cuenta que las fachadas claustrofobias y carentes de ventanas esconden palacios maravillosos para uso y disfrute del turismo...

Resulta chocante que siga siendo normal, aquí, el trabajo infantil. Además, provoca extrañeza el uso indiscriminado de animales en cautiverio para atracciones turísticas siendo evidente su deterioro físico. Los gatos callejeros están escuálidos y los caballos de las calesas exhaustos.

Sí, aquí hay mucha tela que cortar. Ésto no está muy lejos, geográficamente, del país en el que vivo, y sin embargo parece estar a millones de años luz en cuanto a desarrollo... aparentemente.

Marrakech ya tiene grandes tiendas mainstream, españolas, en el barrio de Guéliz. Ya se ven a adolescentes con chilabas que dicen BROOKLING en la parte delantera. Debajo de este crisol de mal gusto, se usan los jeans pitillo con más lycra que algodón. Te puedes tomar un frapuccino en un Starbuck´s sin aire acondicionado o cenar una minipizza en Pizza Hut. Éso, aquí, es el progreso. Ya se puede escuchar TRAP en árabe. Una o un adolescente de clase media marroquí no dista demasiado de un equivalente europeo. Todo el mundo es adicto al smartphone.

Y entonces, uno como yo, que está mutando en HATER profesional, se pregunta como se cambia o se arregla ésto. Será esta gente feliz? Es feliz el adorable señor bereber que me ha vendido unos zapatos realizados con sus propias manos y al que no me he atrevido a regatear ni un solo dirham? Probablemente, en mayor o menor medida, no son ni más ni menos felices que que cualquier europeo medio; su realidad es ésta, así como la realidad de Gibraltar hacia arriba es el reguetón que incita a la promiscuidad o la cultura "nini". Aquí las chicas con velo también se hacen selfies y los suben a instagram, y se maneja dinero, y dinero y dinero.

Y todo es dinero. Y si es fácil, mejor dinero. Lo que sucede es que a 43 grados poco billete es fácil. Y ésto pasa a la vuelta de la esquina y poco importa. Yo estoy en un hotel maravilloso con grandes palmeras y una piscina iluminada, probando las delicias de la cocina marroquí contemporánea y en una habitación que me protege del viento de fuego con un aire acondicionado que me enfría la piel en un santiamén. Trabajo mucho y estudié mucho. Creo que no podemos dejar que esta gente y tantas otras personas, no necesariamente marroquíes, estudien, y piensen, y conozcan otras realidades. El conocimiento es poder y esta gente es muy pobre, tan pobre como los jóvenes europeos que no conocen ortografía...

A mi el niño que estaba sentado en Jaar El Fna, en el suelo, vendiendo pañuelos de papel, me ha roto el corazón, y no creo que me lo haga olvidar el par de zapatos bereberes auténticos.

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