domingo, 17 de julio de 2016

+ HITCHCOCK, LYNCH, FASSBINDER +

Acabo de ver de nuevo "Crimen Perfecto" de A. Hitchcock. Ya no sólo Grace Kelly, todos y cada uno de los actores, absolutamente todo en la cinta es de una exquisitez que me pone los pelos de punta. El apartamento de Londres, el inspector de policía interpretado por John Williams, el vestuario, el lenguaje... Todo.

Se trata de una de mis películas favoritas, junto a "Terciopelo Azul" de D. Lynch y "Las amargas lágrimas de Petra von Kant" de R.W. Fassbinder. Tampoco me cansaría de ver otras tantas pero hoy la cosa no va de cine.

Estas películas jamás las vi con mi padre. A él le gustan las películas de indios y vaqueros, las que muchas veces ponen a la hora de la siesta. A mi el western no me pone nada, es un género que, salvando raras excepciones, siempre desarrolla la trama de manera similar y la presentación-nudo-desenlace suele ser predecible. No me gustan las películas épicas que narren gestas heroicas. A mi me gusta el cine, y no sólo el cine, que hable de sentimientos, problemas o realidades diferentes a las mías, también de cosas o personas a las que no pueda comprender o, también y como dice mi padre, películas de psicópatas. También me gustan las historias que hablen del más allá.

Creo que en muchos aspectos somos dos absolutos desconocidos. Yo tengo la idea que mi progenitor, pese a tener los dos el mismo nombre ( o casi, el mío es una versión extendida que versiona el suyo ), en relación a mi persona, es la antípoda, más bien yo soy la suya por razones espacio-temporales. Quizás por ello mi madre y él hacen la pareja perfecta, distintos y complementarios, ying y yang, blanco y negro, rubia y moreno. Él es reservado, metódico, trabajador, leal, legal. En esencia una excelente persona. Indudablemente un buen tío. Creo que yo también lo soy o por lo menos intento serlo, pero de otra manera...

Desde la infancia intentó inculcarme diferentes cosas. Más allá de un alto nivel de responsabilidad respecto a mis actos, también lo intentó con el deporte. Llegué a estar federado en gimnasia deportiva y mi padre me acompañaba a los entrenamientos. Jamás consiguió que naciese en mi el amor por el deporte... me gustaba hacer gimnasia, pero lo que más me hubiese gustado es bailar en ese momento. Ya entonces yo no quería hacer paralelas ni potro con arcos: a mi lo que me gustaba era el suelo o salto, y hacer piruetas y posturitas, y soñaba con hacer lo mismo con unas mazas o una cinta como las de las chicas de rítmica que entrenaban al lado. Cuando jugaba al fútbol en el parque que aún hay enfrente de su casa yo, voluntariamente, hacía de portero, porque así, mientras mis amigos se peleaban por la pelota, yo agarraba un lápiz y un rollo de papel higiénico y me fabricaba una cinta de rítmica casera y le daba al tirabuzón como si no hubiese un mañana. Y generalmente me metían goles porque me importaba un bledo el partido. Yo iba a lo mío, que estaba a un millón de años luz de lo que estaba sucediendo en la cancha. El lo sabía, creo, y ni me lo prohibía ni me daba ánimos. Estaba ahí, en casa, con mi madre, que es su media naranja. Yo estaba con mi abuelo y mis vecinos del bloque. Yo jugaba en la calle mientras mi abuelo me sujetaba la cazadora o la cantimplora.

Más tarde llegó la adolescencia y Barcelona. También llegó su gran éxito profesional. Él es, sin duda, el mejor en lo suyo. No es que lo diga yo por amor filial, es un palmarés, una realidad empírica. Si en la infancia fuimos muchas veces extraños, en la adolescencia, como es normal, nos distanciamos más. Siempre vivimos juntos y no me quedaba más remedio que escuchar su radio cada noche y acatar las normas de convivencia no pactadas sino impuestas. Nunca he sabido cual ha sido su sueldo, tampoco me he sentido involucrado en ninguna toma de decisión referente a cualquier asunto trascendental en nuestra familia. Creo que de no ser familia es bastante probable que no fuésemos amigos.

Sí hay un detalle que siempre recordaré de mi padre. Uno de los peores días de mi vida fue aquel que tuve que dar carpetazo a mi primera empresa. Creí que era el final de todo allí, en su despacho. Es una habitación que aún existe en casa de mis padres en la cual se almacenan libros de preparación física, anatomía, técnicas de entrenamiento y táctica futbolística, un millón de trofeos y condecoraciones ganadas con mucho esfuerzo. Libros que a mi no me interesan, como a él no le interesan ni Fassbinder ni Lynch. Sin embargo, él estaba allí, consolándome y animándome a seguir adelante y diciéndome las palabras que necesitaba o debía escuchar en ese momento. Beso no sé o no recuerdo si me dio alguno, e iba a decir que tampoco hacía falta, pero es que sí hacía falta. A mi me hacen falta los besos, me hacen falta millones de besos, y de abrazos, y de llamadas de teléfono. Pero allí estuvo, con sus recursos. Intentó hacer con su método que no me viniese abajo y quizás gracias a aquel día, de alguna manera, he seguido por donde voy.

Él es el fan número uno de este blog, y esta entrada está escrita porque mi padre mi dijo el otro día, a través del teléfono de mi madre, que nunca hablaba de él. Mi padre forma parte de mi historia indiscutiblemente y, evidentemente, a parte de sus pies, tengo mucha más información genética paterna de la que él se cree. No me sé su número de teléfono, como creo que tampoco debe recordar el mío y me sigue entrando la risa, por ser mi antípoda, cuando me entero que cena a las 8 de la tarde, cada día, lo mismo. Y que se levanta cada día a la misma hora, y que se acuesta cada día a la misma hora, y que se desayuna cada día con lo mismo, ni más ni menos. Por lo tanto también forma parte de mi historia cada programa de "El larguero" que me he tragado así como cada partido que he visto pero no he mirado, como cada beso que ha querido darme y no ha sabido como. Sí recuerdo como ha venido a despertarme tantas veces para darme un mordisco en el cuello, millones de veces. Pero bueno, yo sencillo no soy a mi pesar y quiero más besos, más vistas, flexibilidad y más diálogo, que no monólogos. Quiero conversaciones sin la televisión o partido de fondo, quiero nocheviejas llegando despierto hasta las uvas, también me apetece irnos de viaje juntos, trasnochar un día, tomarnos un copazo, conducir su coche si está cansado, enseñarle las novedades de internet, contarle cómo es mi vida de cabo a rabo, acompañarle a comprar ropa y a la peluquería y cambiarle el look,  y contestarle a esa pregunta que me hace cada vez que le oigo al otro lado del teléfono de madre y que no es otra que ¿eres feliz? Entonces, le contaré porque Hitchcock, Lynch o Fassbinder hacen que mi vida sea más feliz y me ayuden a darme cuenta que casi todo lo que nos rodea es una mierda. Y digo casi todo porque la pequeña porción que se salva son esas personas que se cuentan con los dedos de las manos, y mi padre es el índice de la mano derecha.

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