Es muy chocante para un urbanita como yo trasladarse a un lugar así en invierno, y más cuando se conoce en verano. Mi imagen de Ibiza era muy distinta, pero aún así había tratado de imaginarla sin calor. Me he equivocado en parte. El frenazo que supone pasear nada más llegar por las calles de la Marina desiertas requiere un día de adaptación como mínimo. Sin embargo, coger una moto y recorrer la isla a la mañana siguiente hace que te reconcilies con ella: te olvidas del provincianismo nada reprochable propio de un lugar no capital y aprecias tesoros que, afortunadamente siguen intactos: un agua del mar azul turquesa sin contaminar, acantilados vírgenes de tierra roja, personas de amabilidad tremenda, pinos y sabinas verdes intensos ... olor a salud.
Quizás éste es el lugar donde quiero estar siempre ...
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