sábado, 5 de diciembre de 2009

+ IBIZA +

Ibiza en invierno es diferente y no sólo porque la mayor parte de todo este cerrado. No hay postadolescentes borrachos, ni italianos por doquier, tampoco carruseles de flayeras. La isla se transforma en un pueblecito tranquilo, incluso mortecino donde anochece a las cinco y media de la tarde. Es muy difícil imaginar que en estas calles vacías no se pueda dar un paso en los meses de verano con tanto jolgorio aderezado de techno y chill-out beats. La vida se desarrolla en tres plazas localizadas. Es muy significativa la franja de edad del habitante tipo ibicenco de invierno: ni menos de 30 ni más de 60, da lo mismo que sea un alemán arraigado a la isla como un rastafari trasnochado con resaca del verano. Lo que se respira es PAZ.
Es muy chocante para un urbanita como yo trasladarse a un lugar así en invierno, y más cuando se conoce en verano. Mi imagen de Ibiza era muy distinta, pero aún así había tratado de imaginarla sin calor. Me he equivocado en parte. El frenazo que supone pasear nada más llegar por las calles de la Marina desiertas requiere un día de adaptación como mínimo. Sin embargo, coger una moto y recorrer la isla a la mañana siguiente hace que te reconcilies con ella: te olvidas del provincianismo nada reprochable propio de un lugar no capital y aprecias tesoros que, afortunadamente siguen intactos: un agua del mar azul turquesa sin contaminar, acantilados vírgenes de tierra roja, personas de amabilidad tremenda, pinos y sabinas verdes intensos ... olor a salud.
Quizás éste es el lugar donde quiero estar siempre ...

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