martes, 12 de enero de 2010

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Conocí a César el 13 de enero de 2006.
Era conocido de unos conocidos míos. Él andaba perdido, yo más.
Vine a Barcelona para pinchar en una de las fiestas que organizaba la gran Silvia Prada (una de las personas más generosas del mundo y a la que le debo mucho) en el club "13" y aproveché la circunstancia para citarnos al día siguiente puesto que nuestra relación hasta el momento se centraba en mensajes a través del Fotolog, messenger y alguna que otra llamada de teléfono. Él no atravesaba su mejor momento anímico y yo venía de una catástrofe económico-existencial, así que el encuentro prometía. Yo le había intentado animar virtualmente pero la cosa pintaba oscura, así que me ofrecí a hacerle compañía en esos momentos bajos. La tormenta pasó, se fué ... pero yo me he quedado. Vine a esta casa por primera vez tal día como mañana hace cuatro años y nunca más me he ido.
César es un hombre especial, distinto, mitad niño/medio motero encuerado. Sus ojos son de un color avellana con matices verdosos y a la luz del sol adquieren una expresion que hace que, al mirarlos, me flojeen las piernas. Es canoso, ni flaco ni gordo, ni alto ni bajo, barbudo ... sus manos tampoco son especialmente grandes pero tampoco pequeñas ... eso sí, si me pone una de ellas encima consigue que todo mi vello corporal de erice atravesando las mangas de mis camisas.
Estoy profundamente enamorado de él, tanto o más que el día que me dí cuenta que quería que nos casarmos.
La petición de mano tuvo lugar en Bilbao (estabamos allí para el estreno de Hamlet dirigida por LLuis Pasqual en el Teatro Arriaga y recoger las mieles del éxito de mi marido por su magnífico diseño de vestuario), el y yo solos, en el restaurante de Martín Berasategui en el Museo Guggenheim, una noche entre semana. Era el mes de Febrero de 2006, sólo al mes de conocernos ... pero estábamos seguros de lo que queríamos hacer y así fué. Evidentemente quien tuvo tan lustrosa idea fué el menda y para ello compré un anillo que en realidad son siete entrelazados en Dior Homme. A él estas tonterías de marquitas y tal le importan un comino pero, como yo para mi macho quiero lo mejor, me dejé el sueldo (ahora ese anillo lo llevo yo a diario ... lo que son las cosas). Allí nos plantamos con nuestras chupas Perfecto. Degustamos una serie de "delicatessen" consistentes en:
- un tomate para los dos, supuestamente de Montserrat relleno de alguna delicia. Sólo con acercarlo a nuestros incisivos se acabó el primer plato.
- chipirón (1 para 2) con dos toques de plancha en las patas y uno en la cabeza (apreciación que nos hizo el camarero-narrador al servirnos).
- carrillada de cordero, tamaño real 4x4x2 cm, cocida envasada al vacío a baja temperatura durante 48 h.
- milhojas de manzana que encargamos previamente dado que se tradaban en hacer 45 min.
... precio total: 350 euros aprox.
Salimos del restaurante con un ataque de risa ... la cena era de tomadura de pelo, el camarero recitaba como Paco Valladares los platos y nos habíamos dejado un pastizal ... pero eramos inmensamente felices.
Esta cena sólo es comparable a la que compartimos a los pocos días de conocernos, en Madrid, cuando, tras mi fin de semana en Barcelona, César se presentó por sorpresa. Él me dió una lección de naturalidad al pedir:
- judias verdes
- filete
- una naranja
... Yo no daba crédito en mis primeros días de enamoramiento ante tal alarde de campechanidad. Uno trataba de hacerse el sofisticado, el fino, el chico de mundo ... y frente a mi se encontraba un señor que estaba cenando en un restaurant tal cual lo haría en el salón de su casa en la mesita baja, sentado en el suelo, viendo la tele... Casi me muero del gusto ...
Así que nuestra relación con la comida es ciertamente peculiar para las celebraciones (César se ha llegado a presentar en casa con un pollo de corral en cada alforja de la Harley, asomando las cabezas, para seducir a mi familia por Navidad...). Mañana celebramos nuestro cuarto aniversario como pareja ... ya contaré ...

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