jueves, 12 de noviembre de 2009

-.NADA.-

... allá por el mes de mayo un día me llama una amiga para decirme que ha encontrado una ganga: un espacio en Barcelona que era una antigua ebanistería que se lo alquilan por un precio la mar de módico, al lado de su casa y a un paso del teatro. César y yo estabamos con la idea de alquilar algo en el centro porque muchas veces nos da mucha pereza salir por Barcelona ya que luego tenemos 45 km de coche hasta volver a casa y en otras ocasiones, por trabajo, necesitaríamos un lugar accesible donde montar el cuartel general. Quedé con ella para verlo. Me propuso, mientras comíamos y después de ya haberme ilusionado con el local, compartir el alquiler a medias y los gastos del arreglo (bastante). El sitio tenía un gran espacio central y dos habitaciones, cuarto de baño y un patio trasero, planta calle. Yo estaba muy ilusionado, ya me veía allí con mis trapitos y tal y tal. Aún así, debía comentárselo a César pero, como es mi costumbre y arrastrado por el impulso, ya le dije a mi amiga que lo veía clarísimo y que contase conmigo. A la semana siguiente volvimos a vernos los tres. Ella no se cortó un pelo en preguntarle a mi marido mil y una cosas a cerca de la instalación eléctrica, la seguridad del patio, las humedades y más. César, en un alarde de buen gusto, contestó a todo el interrogatorio. Sin embargo, yo, me quedé un poco chafado: a mi chico el local no le convencía demasiado porque no era la idea de espacio que había imaginado para nosotros en Barcelona y, lo más grave, las condiciones del pacto inicial con mi amiga habían cambiado: ya no se trataba de un fifty/fifty, sino que ella pretendía sangrarle a papá y a mamá el arreglo. Eso quería decir que yo ya no tendría ni voz ni voto en la reforma y que los gastos no iban a ser a medias ya que ella alegaba que como iba a correr con las despesas de la reforma, me iba a poner una alquiler a determinar. La idea idílica de compartir con mi amiga de años un lugar común se iba desmoronando por momentos, pero aún así yo le insistía a César e intentaba convencerle que aquella antigua ebanistería era lo más. En casa tuvimos nuestros más y nuestros menos porque él, que sabe más por viejo que por diablo, pensaba que la que yo creía mi amiga del alma me la iba a jugar una vez más e iba a vampirizarme como reconozco que había hecho tiempo atrás. Me enfadé con él y además conseguí su OK para alquilar el espacio de la discordia. En este periodo de tiempo mi queridisima me mandó un mail donde volvía a cambiar las condiciones del pacto: ya me planteaba alquilar una de las habitaciones a un precio muy superior a la lógica, pretendía meter a una persona más y de lo hablado al principio no quedaba nada ... ni siquiera aquellos momentos que nos habíamos imaginado en los dos meses de carencia que le daban pintando las paredes, buscando muebles... nada. Entonces ya lo vi clarísimo: estaba inmerso en su maniobra mercantil, se pretendía hacer negocio conmigo, una vez más. Me sentí la persona más estúpida de la Tierra volviendo a César con el rabo entre las piernas para darle la razón. Muy elegantemente declinamos la propuesta.
Desde entonces borré el contacto con esta persona. No voy a decir lo bien que me he portado con ella (que así fué siempre). Me la encontré un día por la calle y actué como se actúa cuando algo no es importante: con normalidad, dándole las buenas noches como quien se las da a la vecina de al lado. Ahora no se quien me importa más, la vecina de al lado (la antiperro) o ella. Hoy me ha mandado unas frases por facebook y un mensaje donde, como no podía ser de otra manera, en el renglón 2 y después de preguntarme como estaba, ya se permitía el lujo de pedirme algo. Siempre lo mismo ...
Así se acaban algunas amistades, diluídas en la nada. Quizá nunca hubo nada... quizás a veces no soy NADA listo y me creo un erudito ... gilipollas yo ...

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