martes, 10 de noviembre de 2009

( ROBOTS )

Ayer fué la primera vez que ingresé en una clínica, experiencia que no pienso volver a repetir y espero olvidar pronto. No se trataba de un hospital público, famosos por su masificación, sus largas esperas... etc, etc. No. Estuve en una clínica privada muy fashion establecida en el mismo lugar que fué mi colegio. La elegí por pura nostalgia y porque pensé que al intervenirme en un centro de estas características estaba asegurando atenciones y cuidados que, quizás, no se me iban a dar en la sanidad pública. Sería injusto decir que me han tratado mal, no ha sido así y todo el personal ha hecho su trabajo de una manera impecable. La operación ha sido un éxito y he podido volver a casa en menos de 24 horas.
Sin embargo toda mi estancia ha estado dominada por una frialdad y una deshumanización impactante. Yo no era Ángel, era el interno de la habitación 418. Las enfermeras han sido las más majas, incluso creo que debería disculparme con ellas, en contraste con todos aquellos involucrados en mi intervención. Desde que bajé a quirófano nadie me dirigió la palabra para tranquilizarme, ninguno de ellos me dijo nada parecido a "no te preocupes" y, evidentemente, me relajaron a base de sedantes.
Hoy, mientras ya almorzaba en mi casa con mis padres y con mi marido, hemos comentado la situación. Es realmente triste que, ya no sólo el personal sanitario (alguno) sino muchas personas que trabajan cara al público, sean tan ROBOTS. Comprendo que el público quema, que se trate de mantener la distancia, pero ello NO disculpa la poca preocupación por el que se tiene delante. Cuántas dependientas han pasado de nosotros, cuantos teleoperadores, cuantos servicios de atención al ciudadano. QUEMARÍA TODOS LOS SERVICIOS TELEMÁTICOS, esas máquinas que reconocen nuestra voz sólo en absoluto silencio o, si son números, los marcamos a la velocidad de la luz. Me resisto a vivir en una sociedad robotizada bilateralmente. No quiero que me curen autómatas ni quiero ser tratado como uno de ellos. No es justo que la dependienta adolescente de Bershka me conteste sistemáticamente NO cuando voy a cambiar alguna prenda para el teatro ni tampoco que, para pedir el borrador de la declaración de la Renta, deba hablar con un contestador automático. Me repatea prepagar la gasolina.
Tecnología? La justa.

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